El poder nos quiere estúpidos. Y lo persigue por muchos medios. Por ejemplo, corrompiendo el lenguaje: es que la ortografía y, sobre todo, la gramática, constituyen una lógica, y la coordinación de las ideas solo puede alcanzarse por medio de una sintaxis gramatical rigurosa.
Las personas, estén o no integradas al sistema de educación formal, toman clases extracurriculares en la TV, la prensa y los afiches y carteles callejeros. Se trata de una educación ambiental, difusa, pero muchas veces no espontánea ni exenta de intencionalidad.
Para enfocar en un punto, el peatón que vaya atento a las leyendas en las marquesinas o las vidrieras de los negocios, se encontrará con una “Peluqueria”, luego una “Fabrica de plasticos”, y seguidamente negocios de “Panaderia y confiteria”, “Articulos electronicos”, etc. O carteles que anuncian con mucho desenfado “Enseñanza de ingles”.
Por eso muchos despistados sostienen que los acentos ortográficos (tildes) han sido eliminados del idioma, como me dijo —esto es un poco más grave— el secretario de redacción de una revista, muy convencido.
En castellano, cualquiera que conozca el sonido de las letras y de sus combinaciones, y las normas de acentuación, puede pronunciar correctamente una palabra si la ve escrita, cosa que no sucede, por ejemplo, en el inglés.
Por eso sería una grave pérdida, no solo para el castellano, sino principalmente para sus hablantes, que se destruyera la relación biunívoca entre el idioma escrito y su expresión oral.
Pero, a no asustarse: en este blog los temas teórico-técnicos se tocarán solo incidentalmente, y en mayor medida nos dedicaremos a mostrar ejemplos rampantes de la degradación de los mensajes con que se nos bombardea de continuo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Nora Cortiñas habla de su hijo "desaparecido"

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 "No tiene entidad, no estáni muerto ni vivo..." 
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Un rancio eructo videlista

En “Soy Nora Morales de Cortiñas”, tomo II de “Historia de las Mujeres en la Argentina”, Buenos Aires, Editorial Siglo XX, 2000, Nora Cortiñas traza una semblanza de su vida y de su lucha para recuperar a su hijo Gustavo, secuestrado por la dictadura. Para referirse a él, y a los demás en su misma situación, utiliza diez veces la palabra “desaparecido”, y solo dos veces “secuestrado”. Llega casi a repetir a Videla: “Nuestros hijos no están muertos. Están desaparecidos”, dice.
Si ella, Madre de Plaza de Mayo, y a treinta y cinco años de su tragedia, sigue haciéndose eco de la mentira pergeñada por los genocidas, podemos calcular el éxito ideológico masivo que significó para los militares y sus cómplices civiles imponer el uso de una palabra que le dio la sociedad el pretexto para hacerse la estúpida acerca de los crímenes que se cometían a su alrededor.
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