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El celtíbero, canchereando, me dijo:
—Oye, ¡coño!, ¿cómo es posible, con el país rico que tenéis, que debáis apelar a tantas instituciones de emergencia —subsidios, planes, asignaciones, comedores, bolsas de comida (hasta “villas de emergencia” tenéis)— e igual haya tanta gente que la pasa muy mal? ¿Sois boludos, o qué?
Ahí me indigné:
—¡Nada de “qué”!, ¿eh?, ¡sin ofender! “Qué”, no: ¡somos boludos, boludísimos, y a mucha honra!
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