Yo rechazo no solo la ética, sino la eficacia de juzgar a otros si no somos capaces de juzgarnos a nosotros mismos.
Poner en el banquillo a las transnacionales como si hubieran sido introducidas en nuestro suelo por ejércitos invasores triunfantes es una hipocresía. Que venimos pagando muy caro.
Decir que se aspira a un proceso que “quiere ser un acto contra-colonial que contribuya a abrir brechas de emancipación futura” puede sonar bonito, pero es falso, porque no somos una colonia: uno de los gobiernos más entregadores de nuestra historia ha sido respaldado por casi el 54% de ciudadanos bien argentos.
Ciertas palabras no hay que usarlas por su sonoridad, sino porque ayuden a comprender la realidad y, por lo tanto, nos pongan en situación de modificarla.
El problema no es que nuestro pueblo esté sometido por una potencia extranjera, sino, como decía “Ambiente y Sociedad” ayer, que las fuentes de vida estén siendo devastadas “por el deseo egoísta de unos pocos, de poseer mucho mas de lo que necesitan y que encima, los demás, la gran mayoría, se lo permitan”.
Tenemos gobiernos patronales, corruptos y mentirosos: esa es la causa, y múltiples son los efectos, entre ellos, que los grandes pulpos, transnacionales o no, nos saqueen y nos envenenen. Y que la brecha entre ricos y pobres —que se desloman— sea casi de treinta veces entre los deciles de más altos y más bajos ingresos.
¿Vamos a hablar de las causas? ¿O no hay entre nosotros nadie que se anime?
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